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“Verona”, un soplo de teatro revitalizante

Finalmente el pasado domingo se estrenó “Verona” bajo la impecable dirección de la licenciada en Comunicación Social, Marianela Moyano, quien desde hace años se capacita en las artes escénicas. La propuesta con la que decidió tomar el desafío fue “Verona”, una pieza de teatro breve de la consagrada escritora argentina de estos tiempos Claudia Piñeiro (La viuda de los jueves, Betibú, Tuya – llevadas con éxito al cine- Catedrales, Una suerte pequeña son algunas de sus novelas reconocidas; es además cuentista, dramaturga y periodista).

La afluencia de público fue masiva con una convocatoria que había despertado interés y gran expectativa en nuestra comunidad, estimulada por una inteligente y original difusión en las redes ante el inminente estreno. Todos nos preguntamos qué papel tendría Nilda Rasmussen en “Verona”, secreto guardado bajo siete llaves, el cual se revela en el transcurso de la obra, junto al sentido del título que pareciera esconderse de antemano.

Para sorpresa de los protagonistas -integrantes del elenco de teatro independiente “Al tacho”- y desilusión de gran parte de los interesados, las localidades quedaron agotadas en los días previos al estreno. Solo resta aguardar una próxima función que -confirmado- se producirá en breve.

En un ambiente despojado, con escasos elementos escenográficos, la obra discurre con fluidez entre personajes femeninos -hermanas bien diferenciadas entre sí- protagonizados por Rocío Moyano como Achu; Fanny Martínez como Cruz; la mítica figura de la actuación sancayetanense, Lucrecia Otero -por todos conocida como Kuki Moris-, quien dio vida al personaje de Gabriela; y la participación de William Rasmussen como Goyo. Todos ellos, compenetrados con su labor escénica – acorde en el dominio de sus cuerpos y expresiones gestuales-, llevaron a los presentes a un clima que fusionó el silencio concentrado y la carcajada explosiva.

El argumento de la obra se despliega entre la carga dramática de conflictos personales, mezclada con notas de humor bien dosificado con los que vamos reconociendo los rasgos psicológicos de cada protagonista. En esa amalgama singular conviven cualidades positivas y miserias al mismo tiempo -reconocibles, por otra parte, en nuestra propia condición humana- y más o menos predominantes según la esencia de los distintos personajes. Esos rasgos se develan también en el abordaje de una situación familiar compleja, en los que resulta imposible no hallar marcas de identificación con problemáticas existentes en nuestro entorno, las que nos atraviesan en lo personal, en lo familiar o en ambas instancias a la vez. En verdad, no deja espacio a la indiferencia ya que genera un doble proceso de lectura: por fuera, lo que vemos representado en el escenario; y por dentro, lo que sucede en nosotros mismos, lo que nos interpela interiormente sobre nuestro propio accionar en situaciones afines.

Sin duda alguna, la experiencia de casi todos los actores  dentro del género teatral supo ser capitalizada con maestría por Marianela Moyano, quien una vez más y como en cada una de las labores que emprende, supo dar sobradas muestras de su talento, capacidad creativa, trabajo consciente y compromiso responsable. En su debut como directora teatral, fue quien abrió y cerró el espectáculo, sin micrófono, estableciendo un cálido lazo de comunicación con su público desde la sencillez y humildad que la caracterizan, agradeciendo en ambos momentos la presencia de los concurrentes, su demostrada adhesión, como así también la colaboración de todos los involucrados en la puesta en escena.

El destacado desempeño de todos ellos, artistas locales amateurs, se vio reflejado en el aplauso prolongado de los asistentes, quienes premiaron con su reconocimiento ese instante de placer inteligente que, unido a la reflexión, supo arrebatarles momentos de risa generalizada. Momentos de esos que, quizá por ser escasos, hoy todos estamos necesitando. En pocas palabras: un soplo de teatro revitalizante.

Prof. Rosana I. González.